jueves, 21 de marzo de 2013

Climas


Abril 2012

Climas
                                                                           
Por Malena Haboba
@malehaboba



           Últimos días del verano, ya ni tanto calor ni tanto frío. Sensaciones que realmente no recuerdo de ese día. Frivolidades, pequeñeces que en algunas situaciones pueden ser las únicas que registre, o que en otras como esta, el clima meteorológico sea imperceptible. El clima que sobrevuela es otro.
            Es tiempo de dolor. Es de día pero se hizo noche, aunque por momentos asoma la claridad. Es como un eclipse invertido y viceversa. El aire es denso, pesado, aplasta. Falta. Y es justo ahí cuando estás por ahogarte o perderte en la oscuridad que parece abrirse el cielo, o el techo, para dejar pasar un haz de luz, el de la verdad.
            Llegamos tarde. No recuerdo el clima pero sí el tránsito. La madre de Wanda estaba preocupada porque no podamos entrar. Inconvenientes sorteados, así lo hicimos. Culpa de la demora nos perdimos de escuchar al padre de Wanda, el primer testigo que declaraba ese día. No se puede ingresar a la sala en el medio de un testimonio. Nuevo aprendizaje.
            Era el primer día del último mes que abraza el verano, y comenzaba el segundo día de audiencias del juicio de Wanda Taddei. Ese primero de marzo también se inauguraban las sesiones en el Congreso Nacional y hablaba la Presidenta, hecho que si bien era de público y personal conocimiento, no registré hasta la hora de los noticiosos, como los llamaba mi abuela.


             Mientras esperábamos autorización para ingresar, abogados y abogadas que iban y venían, gente perdida, todo pasaba rápido a mi alrededor, pero el tiempo, a mí, se me detuvo. Recordé el primer juicio al que asistí. No recuerdo el año pero fue hace más de una década: La Plata, Miguel Bru, gatillo fácil, uno de los primeros desaparecidos de la democracia, por esa democracia. Ese desaparecido engrosaba el frío pero contundente número de 40 desaparecidos de la Facultad de Periodismo de su ciudad.

              La previa fue otra. Recuerdo que era una sala grande donde ingresamos decenas y decenas de militantes, compañeros y compañeras, amigos y amigas, la familia, haciendo fila, los uniformados a los costados, una especie de puente chino bajo la mirada del verdugo. Luego de la acreditación con DNI, llegó el cacheo. Era en una sala individual, o eso recuerdo, a solas, la policía y yo. Ahí sí hacía frío, lo podía sentir correr por mi cuerpo. La milica no sólo se dedicó a inspeccionar hasta el último carilina, me revisó los bolsillos, el corpiño, atrás de las orejas, entre mis piernas. Al leer esto que escribo pareciera un abuso más del tipo sexual pero no lo fue. Lo tuve muy claro en ese momento en que estaba sucediendo. Era el abuso del poder, de la autoridad, de la desaparición, de la impunidad literalmente absoluta con que se manejaban.
             Nos querían intimidar, amedrentar, que nos asustemos o queramos huir de esos uniformes del terror. Yo sabía que había que pasar ese momento. Me acordaba de la cara de Miguel, del rostro de Rosa, su mamá, de la fuerza de todos esos jóvenes que desafiábamos la muerte con la búsqueda de verdad y justicia. Así que respiré hondo y minutos después, que pesaban como horas, salí de ese cuartucho con más dignidad de la que había entrado.

              Finalmente pudimos entrar. La cara de renacuajo del femicida mentiroso incendiario de Eduardo Vázquez daba asco. Al instante se sienta en el banco de los testigos el ex marido de Wanda. Qué gran diferencia entre la luz que salía de sus palabras -verdades verdaderas-, y las que oí después de boca de otros testigos. Él miraba a la cara a cada quién que le preguntaba. Decía todo de corrido, casi precipitadamente, con gestos que traslucían el trabajo de la memoria. Sus palabras fluían rápidamente, parecía que se le iba en ese acto, tan cotidiano pero tan sublime del habla, la posibilidad de salvar a Wanda, no ya de su muerte, él no había podido, aunque con cada una de sus palabras seguía intentándolo.
               Y traía la voz de sus hijos, y la de ella, y su relato calcaba los manuales sobre violencia de género. Wanda una chica bien arreglada, sociable, emprendedora, trabajadora, madre de sus hijos, hija de su padre y madre con quien compartía asados todas las semanas. Y de repente Vázquez. Se dejó estar, dejó el trabajo, sus amigas, los asados domingueros, se encerró en ese círculo venenoso hasta morir.

Mierdaaaaaa!! Tanta verdad!! Tanto dolor!! Tanta muerte...

               Pero no pudo cortar con ese vínculo, porque él es un padre presente. A pesar de que esos encuentros que sostnían el femicida los convertía en excusas de más violencia, Wanda pudo tener una última charla con el padre de sus hijos. No era la primera vez que se lo decía: -Wanda no me jodas, no te caíste, él te pega, me lo dicen los chicos, ¿qué te pasa? ¿tenés miedo de fracasar nuevamente en la relación que no lo dejás?-. Ella, catastrófica y contundente: -El fracaso es la relación-. Testificó que llegó a ofrecerle ayuda de una psicóloga aunque ya era tarde, Wanda ya estaba saliendo del café.

               El 26 de abril es la sentencia. Pasaron más testigos que alumbraron el camino. Vázquez no tiene vuelta atrás. Va directo a la cárcel por asesino de mujeres, por femicida. Que se abran los cielos, que entre la luz, que llegue pronto la justicia. Que no más Bru, que no más Wanda, que ninguna otra Fátima Catán. Que no haya más Marita Verón.

Que cambie el clima.



Volante de la primera marcha por Miguel Bru. La Plata. 24 de septiembre de 1993.

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